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Jornada de apertura del XXI Capítulo General

Las raíces guardan savia viva de comunión y de una misión sin fronteras.

Hoy, 4 de julio, ya en Miraflores de la Sierra, en la Casa de Espiritualidad, iniciamos este tiempo capitular.

Palabras de M. Rosario, de honda reflexión, acerca de la oportunidad y responsabilidad de esta hora en la vida del Instituto.

Su mensaje:

Quisiera en este momento invitaros a agradecer conmigo al Señor por sentir la presencia espiritual de todas las hermanas y de tantos otros miembros de la Familia de María Ana que, a lo largo y ancho de nuestra geografía, realizarán con nosotros el Capítulo. Las fotos de todas las hermanas en la sala capitular nos lo van a recordar en estos días.


Su oración y su interés por seguir el día a día de lo que viviremos - estoy convencida - serán un apoyo muy precioso, que nos permitirá no olvidar que estamos aquí como Capitulares que representamos a muchas y muchos hermanos y hacemos visible la internacionalidad y diversidad de nuestro Instituto.


Ha pasado poco tiempo desde que el papa Francisco sacudió al mundo al publicar Laudato Si’. Él puso en práctica lo que nos predicó durante el Año de la Vida Consagrada: “¡Despertad al mundo!”. Él ha despertado al mundo… ha escuchado… ha reunido a las personas… ha prestado su voz y su influencia por una causa de tremenda importancia que, hoy por hoy, afecta toda nuestra vida como comunidad humana. Somos realistas y muy conscientes de nuestros límites: envejecemos, nuestros números disminuyen, las enfermedades nos debilitan, algunas jóvenes, anuncio de un futuro prometedor, han decidido orientar sus vidas de una forma distinta, etc.


Pero, ¿somos conscientes también de nuestras bendiciones, las vivimos en acción de gracias, en los buenos y en los malos momentos, para seguir siendo una bendición para el mundo? Aquí nos encontramos, llamadas y bendecidas por Dios, ricas y pobres a la vez, nosotras, reunidas para la primera sesión de nuestro 21º Capítulo General! ¿Por qué razón lo hacemos?... ¿Y por quiénes lo hacemos?... ¿A quiénes queremos despertar?


Hemos elegido reorganizar nuestras estructuras y conjugar mejor nuestras fuerzas. Pero, en el fondo, ¿por qué deseamos hacerlo realmente? ¿A beneficio de quiénes queremos conjugar nuestras fuerzas? ¿Quiénes se beneficiarán verdaderamente con nuestra reorganización?


¿Estamos listas para dar testimonio de que nosotras, 520 mujeres de culturas, países y edades diferentes… podemos actuar conjuntamente, conjugar nuestros esfuerzos, abrirnos a los demás y establecer alianzas de convivencia, de solidaridad, alianzas al servicio de una vida compartida en abundancia entre todos los seres, en una interdependencia reconocida?


Este es el porqué, nosotras, como mujeres de fe, hemos de elegir ir más allá de una simple reestructuración y embarcarnos en una aventura espiritual de transformación. En el pasado mes de mayo en la UISG, decíamos:

“Para ser portadoras de futuro, debemos aceptar vivir una triple transformación:

[if !supportLists]· [endif]transformación del espíritu (de las ideas, de la inteligencia);

[if !supportLists]· [endif]transformación del corazón (de las relaciones);

transformación de la voluntad (renunciar el poder individual para arriesgarse a establecer alianzas fecundas)”.

Esto nos recuerda mucho a las exhortaciones de Pablo a los romanos: “Transfórmaos por la renovación de vuestra inteligencia… de vuestras relaciones… de vuestras acciones solidarias contra el mal…” (Rm 12).

Esta transformación, este cambio radical no puede realizarse sin un encuentro profundo con CRISTO.

En este tiempo de travesía, en este tiempo de nuestras numerosas transiciones por vivir, Jesús nos invita a subirnos con Él a la barca, a mantenernos en conversación con Él, a invitarlo a nuestros discernimientos. Nos invita a dejar de posar la mirada en nosotras mismas, en nuestro mundo diminuto, en nuestros caminos sin horizontes. Nos llama a levantar la mirada, a ver más alto, a ver más lejos, a verle a ÉL, a reconocerle en el otro, en todas aquellas personas que están buscando la VIDA.

¿Por qué y para qué estamos aquí?

El Capítulo General es el lugar privilegiado de la manifestación del Espíritu. De cara al Capítulo General que hoy iniciamos, es importante dejarnos mover por el Espíritu, para interiorizar y vivir el Capítulo más como una experiencia personal, comunitaria y un impulso vital transformador, que como una simple lectura de textos o cambios estructurales.

Se trata de renovar nuestros criterios revisando nuestras síntesis personales y colectivas, para responder de nuevo con fidelidad creativa y dinamismo a los imperativos de nuestro ser Hermanas hoy, a partir de las necesidades que el mundo globalizado nos presenta y en el respeto de las diversas culturas, hoy más presentes que nunca en nuestro Instituto.

No podemos encerrarnos en el pasado y vivir de espaldas a las realidades de hoy. Ciertamente, debemos descubrir y ser fieles a nuestras raíces.

Hacia dónde queremos caminar

Y… hablando de raíces, es bueno pensar nuestra tierra…, nuestra tierra, que es nuestra persona y nuestra vida, necesita nutrientes para poder desarrollarse y dar fruto. Nutrientes que nos alimenten en lo cotidiano, porque no podemos dejar que nuestra tierra se quede abandonada, o vendida, o sencillamente viviendo de reservas…sino que hay que trabajarla cada día y desarrollar todas las potencialidades que tiene.

Porque sabemos que el día a día nos desgasta y debilita, tenemos que saber por dónde perdemos vida y por dónde se nutre; y no se trata de buscar en hechos extraordinarios, ni está fuera de la vida diaria aquello que pueda alimentar nuestra tierra.

Con el ritmo cotidiano se nos puede olvidar lo que supone de novedad el seguimiento de Cristo. Y tenemos que ser creativas en vivir esto. Pero quizá nos preguntemos cómo…

Primero hemos de escuchar las voces de nuestro interior, los deseos más profundos de nuestro corazón, que es algo más que nuestras necesidades y apetencias; porque podemos secar la Fuente de nuestra Agua verdadera llenándola de cieno, de arena, de cosas… y no ahondar en el verdadero deseo profundo. Podemos ir a saciar la sed en cisternas que no sacian, según dice el profeta Jeremías (Cf. Jer. 1,13).

Si no descubrimos los nutrientes verdaderos que alimentan nuestra tierra; si éstos no los hemos identificado, es que aún no hemos encontrado el camino de la vida.


Sabemos que para crecer, se necesitan nutrientes. Vamos a hacer un símbolo. Vamos a plantar un árbol, Ello nos ayudará a pensar en los medios que tenemos que emplear para que crezca.

Esa es nuestra tarea capitular: CULTIVAR, CUIDAR…...Descubrir los nutrientes que nuestra tierra necesita.

Nuestros nutrientes verdaderos no son más que los que alimenten nuestra identidad (quiénes somos) y nuestra pertenencia (a quién pertenecemos). La vida comunitaria es un nutriente indispensable para nuestra tierra, por los vínculos de pertenencia que crea.


La raíz de nuestra vida es aquello desde lo que podemos desplegar todo nuestro ser. Tenemos identidad. Se nos ha regalado. La llamada recibida, que es esencialmente el don de la vocación, la invitación a “estar con el Señor” a entrar en intimidad con El, es el signo mayor de nuestra identidad: le pertenecemos porque “El nos amó primero”.


El Señor nos envía como comunidad de mujeres consagradas a hacer presente el Reino por la oración y la evangelización. Toda nuestra vida es y se va haciendo misión.


Pero, ¿cuál es, entonces, la tierra a la que estamos llamadas a movernos? Desde mi punto de vista se trata de una tierra que responda a esta pregunta:


¿Qué estamos dispuestas a arriesgar para caminar hacia esta tierra de novedad que es nuestro futuro?


Porque el futuro nos habla de riesgo y de espíritu de aventura. Somos herederas de una historia hecha de riesgo y pasión. Para María Ana las dificultades no son excusas para no hacer nada, son retos que afrontar para poder hacer realidad el proyecto de anunciar a Jesucristo y hacerlo amar. Podríamos decir que su vida está animada por una esperanza activa y comprometida.


Os invito a que vivamos la esperanza de un modo particular, de un modo activo: viendo y fomentando todos los signos de la vida que hay entre nosotras y estando preparadas en todo momento para ayudar a dar a luz todo lo que se halla en condiciones de nacer. Vivir la esperanza desde esta perspectiva reclama de cada una de nosotras creatividad, imaginación y novedad.


El Señor nos llama por nuestro nombre y nos entrega los instrumentos necesarios para cuidar…, cultivar… crear…


Pasamos a la Sala capitular, donde en pequeños círculos se nos invitaba a compartir expectativas, disposiciones y lo que supone para cada una la invitación a trabajar y cuidar nuestra tierra personal, comunitaria, congregacional.


De lo compartido con más fuerza podemos señalar algunas palabras:

novedad, búsqueda, encuentro vital, esperanza, cuidado, nuevo impulso, responsabilidad, apertura, amor de familia, caminos nuevos, recta intención, capacidad de arriesgar, coraje...




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