Reflexión dominical de José Antonio Pagola
José A. Pagola|| Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio de Juan nos dejan desconcertados, porque van al fondo y tocan las raÃces mismas de nuestra vida. A dos discÃpulos del Bautista que comienzan a seguirlo Jesús les dice: «¿Qué buscáis?»
No es fácil responder a esta pregunta sencilla, directa, fundamental, desde el interior de una cultura «cerrada» como la nuestra, que parece preocuparse solo de los medios, olvidando siempre el fin último de todo. ¿Qué es lo que buscamos exactamente?
Para algunos, la vida es «un gran supermercado» (D. Sölle), y lo único que les interesa es adquirir objetos con los que poder consolar un poco su existencia. Otros lo que buscan es escapar de la enfermedad, la soledad, la tristeza, los conflictos o el miedo. Pero escapar, ¿hacia dónde?, ¿hacia quién?
Otros ya no pueden más. Lo que quieren es que se les deje solos. Olvidar a los demás y ser olvidados por todos. No preocuparse por nadie y que nadie se preocupe de ellos.
La mayorÃa buscamos sencillamente cubrir nuestras necesidades diarias y seguir luchando por ver cumplidos nuestros pequeños deseos. Pero, aunque todos ellos se cumplieran, ¿quedarÃa nuestro corazón satisfecho? ¿Se habrÃa apaciguado nuestra sed de consuelo, liberación y felicidad plena?
En el fondo, ¿no andamos los seres humanos buscando algo másque una simple mejora de nuestra situación? ¿No anhelamos algo que, ciertamente, no podemos esperar de ningún proyecto polÃtico o social?
Se dice que los hombres y mujeres de hoy han olvidado a Dios. Pero la verdad es que, cuando un ser humano se interroga con un poco de honradez, no le es fácil borrar de su corazón «la nostalgia de infinito».
¿Quién soy yo? ¿Un ser minúsculo, surgido por azar en una parcela Ãnfima de espacio y de tiempo, arrojado a la vida para desaparecer enseguida en la nada, de donde se me ha sacado sin razón alguna y solo para sufrir? ¿Eso es todo? ¿No hay nada más?
Lo más honrado que puede hacer el ser humano es «buscar». No cerrar ninguna puerta. No desechar ninguna llamada. Buscar a Dios, tal vez con el último resto de sus fuerzas y de su fe. Tal vez desde la mediocridad, la angustia o el desaliento.
Dios no juega al escondite ni se esconde de quien lo busca con sinceridad. Dios está ya en el interior mismo de esa búsqueda. Más aún. Dios se deja encontrar incluso por quienes apenas le buscamos. Asà dice el Señor en el libro de IsaÃas: «Yo me he dejado encontrar por quienes no preguntaban por mÃ. Me he dejado hallar por quienes no me buscaban. Dije: "Aquà estoy, aquà estoy"» (IsaÃas 65,1-2).
Domingo 2 - B (Juan 1,35-42) 14 de enero 2018